El ciervo herido.

Gracias al Palacio que intenta salvarme
aún siendo demasiado tarde:


Lloro por la sangre que baja por tus piernas;
por tus noches solitarias y calladas,
por el ruido ensordecedor de tu cabeza.

Lloro por tus ojos cansados
que no temen al océano que se los traga
para forzar a veces una sonrisa falsa.

Tengo cuidado de no ahuyentar
al ciervo herido en que te has convertido
por correr sola entre los cristales.

Pero si no fueras tan testaruda,
yo no sería tan incansable;
si solo no te quedaras sola
cuando huyes de los miserables...

No lloraría por tí de noche;
no temería que caigas al suelo
y contra el mundo te destroces.

Comentarios

Entradas populares de este blog

A ras de suelo.

El pozo de brea.

La teoría de sus pestañas y otras cuestiones.