Si matas a la mariposa.

Aparece en mi vida desordenándola,
como alguien que busca algo
en una habitación, demasiado nervioso
para ordenarla antes de irse.

Me rompe los esquemas
evocando la bravura de los cobardes,
y me esquiva lascivo
como si fuese alérgico a mi piel.

Mi miedo incontrolado a expresarme le repugna;
o quizás soy yo la que lo hace,
quién sabe,
si tengo más grietas a cada abrazo.


Duele,
aunque seas como un libro;
duele.

Duele cuando dices
que delira mi demencia
y dejas de lado
mis desmedidas desmesuras.

No quieres mis quimeras
quemadas de querellas.
Y quedo tan inquieta;
y te quejas de que me quiebre.


Pero yo no quiero rimas,
ni vocablos que me distraigan
con palabras vacías
que nunca fueron nada para ti.

Estoy pasándome la eternidad
entre tus muñecas y mis lágrimas,
suplicándote que llames a la puerta
si es que piensas volver.

No porque te oculte nada,
sino porque tengo el pecho frágil
desde que oteo los atardeceres
y respiro el aire más puro.


Ahora depende de ti el desenlace de la fábula,
te regalaré mi alma de nuevo si matas a la mariposa;
como vuelva a batir las alas
ni la poesía podrá recomponernos.

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