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Mostrando entradas de marzo, 2017

El celoso y el niño amoroso.

Yo soy el esclavo , yo soy el penitente , el que vive atado a un corazón de barro. La sombra de un tipo decente; el que ni siente, ni sufre, ni padece. Yo soy la máscara y yo soy el monstruo, el que sonríe a los ojos y miente de frente. El que con desprecio mira al cielo esperando que caiga fulminante. Yo soy el anciano que muere en la calle y el joven truhan que te roba el dinero; un farsante que camina sin consuelo entre luces molestas de escaparates. Yo soy el celoso y el niño amoroso que se lanza a tus brazos desconsolado, cuando peca, cuando gime de noche; cuando pide por favor que le perdones . Yo soy el que escribe un verso incompleto esperando que algún alma le comprenda; el necio y el loco con el espíritu roto que señala las nubes tirado en la acera. Solo un alma ha llegado a comprender a la niña celosa y amorosa; la de El Palacio .

No me sueltes, que me hundo.

¿Qué si duele? Si, a veces por el contacto directo al que me expongo siempre por querer verte un momento. Por querer y no llegar, intentarlo y no alcanzar, ni a que me mires un poco cuando me prendo en llamas. Hoy las llagas de mis dedos me han pedido una tregua, para la guerra de trincheras en la que llevo años metido. Pero ni aún así te soltaría cuando te viera caer a la negrura de tus días malditos y mojados; ni podría dejar de mirar tus ojos. Ellos me dicen en silencio: "no me sueltes, que me hundo, sácame de este agujero". Y dime, ¿cómo iba yo a ignorarlos? Una vez más, salvada por el Palacio .

Ruido blanco.

Dame un ruido blanco para que llore en silencio; y un pequeño sol para apagarlo en agua fría. Quiero un libro que me explique por qué me rompo todos los días. Y un patio de paredes blancas donde llenarme de cal los huesos. Lo que me pasa por perro callejero es que me rompí la pata contra el suelo cuando quise saltar por la manzana que entre la lluvia se estaba pudriendo. Asi que me fui otra vez a mi agujero, mi rincón de la nostalgia inútil, donde los besos ocurren cualquier mes y una brisa verde me refresca el pecho. Donde mis labios, agrietados y cansados de su silencio, exhalan humo de un incendio que se ensaña en mis entrañas y me quema por dentro. Solo tengo un momento de paz; y ese es cuando duermo. Cuando no pienso en que me duele, cuando no temo que no lo entiendo. Hasta en ruinas es bonito el Palacio .